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La mañana. Muy temprano. El silencio comienza a ser perturbado por los pájaros y el río hierve por los primeros rayos, y se inunda de niebla y se esconde y desaparece. El río que envuelve secretos en su lecho de ramas y fango. Momento en que no se distingue la tierra del cielo, o se confunden o son lo mismo. Tiempo para el café, el te o el mate. Para leer a Morin, a Derrida, a T. de Chardin, o a Hugo Mujica, o para no leer nada, ni siquiera pensar. El río que Maupassant describe, amenazante e infinito cuando se lo navega de noche. Cálido, confidente, casi cómplice cuando en la misma noche, nos sentamos en su orilla. Ruidoso y amable de día. El río se despereza, se abre, se muestra y despierta con toda la isla.